Vilaller es un pequeño pueblo a la entrada del alto Pirineo leridano, dedicado básicamente a la ganadería y algo de turismo. La colmatación del antiguo Campo Santo situado en el actual núcleo urbano, creó la necesidad de construir uno nuevo.
Nuestra actuación consistió, además de la redacción del proyecto, en buscar una ubicación acorde al conjunto de requerimientos del servicio: facilidad de acceso, calidad paisajística del entorno, aptitud hidrogeológica de los terrenos, y cumplimiento de las normativas (tanto urbanística como de policía- mortuoria).
El programa de necesidades es el propio de estos edificios: nichos, capilla y servicios (depósito, aseos y almacén), planteándose con la intención de garantizar las necesidades de sepultura en un periodo de cuarenta años.
Intentamos ser fieles a la arquitectura del lugar, de volúmenes claros con cubiertas a dos aguas, ejemplificados en aquellas tipologías alargadas de bordas y granjas que de manera tan característica se sitúan en el paisaje de nuestra provincia.
Así, frente a la naturaleza, planteamos la ejecución de un volumen único, con una clara disposición de cubierta (fácilmente percibida desde gran parte del valle), que partiendo de la cruz pretende compaginar la disposición alargada a dos aguas, con la representatividad que precisan la entrada y la capilla. Aquí la simetría aporta el tono de reposo, la falta de tensión, la solemnidad religiosa.
Los materiales utilizados (bloque de hormigón, cubierta metálica, piedra lavada y de St Vicenç y mármol) son los mínimos para así facilitar la construcción; pensando también en un mantenimiento mínimo y una uniformidad de color, de acuerdo con el medio.
La cubierta cobija, a la vez que une y ordena, las diferentes partes del conjunto, girando sólo en la capilla (las únicas cubiertas en la zona que rompen las características dos aguas, son las de las ábsides de capillas románicas) y volando en la entrada.
En el interior se albergan los nichos de tal forma que no son visualizados desde el valle, servidos por espacios más recogidos, todo unido por una larga galería donde el denso porticado entreabre el paisaje a medida que se avanza y permite uun corto paseo entre la naturaleza y la muerte, con sonido de agua de las fuentes de los testeros.
En el centro está situada la capilla, tratada también como un deambulatorio. Una alfombra de piedra de Sant Vicenç conduce desde la entrada hasta el altar. Las paredes pintadas en rojo dan un contrapunto de color y símbolo (sangre, vino, pinturas románicas).
El recinto queda delimitado por una valla, siguiendo la tradición católica de camposantos cerrados, en los cuales la relación entre volúmenes, cierre, y patio conforman una tipología conocida. El lugar hacía pensar en que este recinto diera la sensación de abierto al valle, para ello dispusimos de un cierre de alambre (similar al que se utiliza en los prados para limitar las zonas del ganado) que permitiera esta abertura visual a la vez que impidiera la entrada de animales.
El resultado, a falta de que la vegetación surja espontáneamente, quiere ser ante todo un espacio para meditar sobre la vida, capaz de honrar a los muertos y respetar al hombre.